Esta mañana, me he sorprendido admirando aves.
Grandes bandadas de golondrinas extendían sus alas de par en par.
Los estorninos viajan coreando cánticos nupciales,
y jamás se aferran entre ellos al volar.
Pueden ir juntos, pero ser cada uno tan dueño de su propio rumbo,
como cualquier otro miembro del grupo.
Maravillado, me desarmo y me reconstruyo, y ahora sobra un tornillo.
Un grillo escurridizo se esconde en el arbusto.
Mientras tanto, las águilas y los halcones bailan entre sí, cada cuál en solitario.
Me vienen hermosos recuerdos de mi niñez,
viendo animales con los chavales del barrio.
Y yo me pierdo solo, tras ellos, desvaneciéndome en el cielo.
No necesito alas, tampoco levito,
ni siquiera evito el miedo.
No afronto, no enfrento,
no desaparezco, sólo vuelo.
Entre poesía y desconsuelo,
rujo y resurjo mil veces de nuevo.
Y logro flotar, fliur, sentir, cambiar de forma.
Y me mezclo con la gente de la calle, volviéndome sombra.
Gracias por la libertad y la calma de este momento,
que es algo tan enorme, y que la gente, normalmente, no valora.
Que elimina de la realidad el cruel cemento,
y me permite crear, sin juzgar ni poner normas.