Estoy en una etapa negra como escritor,
en que baño el cuaderno en ceniza y estiércol,
por no poder jurar que Dios existe a un futuro incierto,
pero no podría tener más luz en mi interior.
Oigo llorar a la Luna y aúllo porque el Sol quema.
Me arrojo a los residuos amoratados de mi sensatez,
por mi bien crucificado por si volara otra vez,
y sólo las ataduras son un buen emblema.
Castigado el poema a emitir muecas de dolor,
cansado de todo el amor que fluye por mis venas.
Recorrí la cuerda floja y hoy el vacío es mi calor,
acostumbrado a pensar que la locura es pasajera.
Tal vez también hayas estado drogado planteándote el suicidio,
saturado de realidad como si de nada valiera el vicio.
Si no estoy flipando y realmente me entiendes,
escapemos juntos a otro plano donde la amargura no nos encuentre.
Quisiera amarte, pero me rajé las arterias para escribir esto,
y ahora me falta sangre para complacer esos deseos ebrios.
Estoy cansado de todo menos de la vida.
Apagaría el fuego de tu carne si no fuera esclavo de la ceniza.
Tienes que saber que ya me perdí por esas praderas celestiales
donde se colocan los ángeles y acaban cortándose con cristales.
A ese cielo lo llaman erróneamente el paraíso,
mientras este terrenal existe y tratan de destruirlo.
Tuve un amigo que cedió a las presiones de su enfermedad
y fue a guardarme un sitio en el infierno demasiado pronto.
Es más seria de lo que parece la salud mental,
que te destruye por dentro y no deja más que despojos.
Caminaré descalzo por la vereda de las tinieblas,
yo que soy hijo del bien tanto como del mal.
Y un bastardo cura decapitado en mi funeral,
ofrecerá la única sangre que no existe a sus ovejas.
Amo las cadenas que me atan a este mundo sombrío,
porque sin ellas jamás te habría conocido.
Estoy tan agradecido que, aún clavándome las espinas de las rosas,
podría jurar mirando tus ojos que la vida es hermosa.
Quiero tirar la toalla y ahí estás tú...
Tú que osas animarme y sacarme una sonrisa.
Tú que me escuchas atentamente y sientes mi brisa.
Estas cuatro paredes son mi cruz.
A ti te escribo porque das luz a mi alma.
A ti que nunca tienes suficientes pedazos de mí,
pero que te sobra para ser feliz con saber de mi existir.
Que das rienda suelta a tu corazón y al mío traes calma.
No sé si lo sabes, pero te quiero...
Te quiero de una forma que resulta hasta obscena,
y sólo quiero tu alegría aunque sea mi condena.
Y quiero que sepas que, por ti, vivo y muero.
Y ya sean las veces que hagan falta,
que mi pecho de hojalata llora cuando fumo,
por si llego a faltarte el día menos oportuno,
a cuenta de esta vida y este vicio que me matan.
Que le jodan al más allá, me habré divertido.
Habré prometido surcar diez mil leguas de viaje contigo,
mientras mis pulmones negros pintan al final del túnel
una línea de meta triste para el último que la cruce.
Pero podemos sonreír, porque esto no es el final.
Derretiremos cada glaciar sin más luz que la de la Luna,
le gritaremos a Peter Pan que somos adultos sin que lo asuma,
saltaremos y volaremos al paso del huracán.
Viajaremos tras el horizonte y aterrizaremos
allí donde nuestros cuerpos puedan amarse,
allí donde podamos vivir sin disfraces,
allí donde nuestros hijos sean eternos.
Hasta la muerte... Hasta la muerte si hace falta
juraré encontrarte mientras no lo haga, dulce amada,
que algún día cambiará mi suerte.
Más que soñarte quisiera abrazarte fuerte.
No te enamores de mi poesía, porque no sé qué haría,
matar a Cupido si un día dejo de escribir.
La dictadura del arte muerde y resulta fría.
Necesito más que sólo a Dios para seguir.