Guíame, fiel inocencia,
por las sendas de la muerte.
Tú, que aún siendo guerrera,
jamás hallaste tal suerte.
Si, por vicio, me echo a arder,
desconfía del quererme.
No fui yo quien supo ver,
sino el que logró entenderte.
Traes la luz del renacer
y la sombra de la esperanza,
por si el delirio me alcanza
con las tinieblas de ayer.
A razón del gozo libre,
porta mi amor una lanza
que atraviesa las corazas
de los que, aún hoy, no viven.
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